lunes, 1 de junio de 2015

Céleri

¡Qué bueno que volviste, Xavier Pellicer!

Puede que para los marquistas nunca llegase a irse, pero los que entienden –entendemos- que cocinar no es simplemente firmar una carta –lo que ha hecho, o quiero creer que ha hecho, en los restaurantes de la Tribu Woki (Barraca, Barracuda, Carmelitas o Wokis varios)-, en el recién inaugurado (en su séptimo día de vida lo he visitado) restaurante Céleri se reencontrarán con ese gran cocinero que cautivó con su Àbac y gustó con el Can Fabes del malogrado Santi Santamaria.

Y si uno se reencuentra con el genial Pellicer en el restaurante Céleri es porqué aquí no se limita a confeccionar una carta tan resultona como facilona, sino que vuelve a exigirse, y mucho, pues su intención es la de erizar la piel a través del paladar con una propuesta gastronómica con pie y medio en el vegetarianismo –que no es moco de pavo-.

Una propuesta gastronómica eco-sostenible que pivota sobre verduras de temporada alrededor de las que Xavier Pellicer construye platos veganos, vegetarianos y otros –los que menos- provistos de proteína animal.

Una interesantísima propuesta gastronómica que se fragua, bajo la batuta de Xavier Pellicer y de Pere Bartolomé, en una cocina (Charvet) a la vista -de las que suman, no como tantas que más bien evocan al barrio rojo de Ámsterdam-, que se presenta en una carta escrita a mano -¡Toma declaración de intenciones!-, que se sirve en una tan bella como acogedora sala, que sirve un atento y profesional equipo comandado por Albert –Albert a secas-, que se disfruta relajada e informalmente, pero con todo lujo de detalles –para muestra un botón, o la cubertería Opinel y Salvinelli- y que se digiere fácil, fácil –mal negocio son esos almuerzos que no permiten cenar-.

Una propuesta gastronómica especial y muy especiada que descubrí y de la que disfruté de la mano de:

Un excelente servicio de pan D.O. Raiguer (blanco, de centeno y de cereales), acompañado con la notable arbequina de Siurana que firma Xavi.

Un interesantísimo papadum de judía blanca (pan crujiente de judía blanca) que bien podría responder al nombre de “Healthy Boca-Bit”.

Una notable terrina de pollo ecológico, aderezada con tomates secos y aceitunas negras, y acompañada por unos delicados brotes verdes perfectamente aliñados, que todo lo que tenía de sabor le faltaba de postgusto -¡Más madera, más vísceras, Xavi!-.

Una colosal berenjena Magreb “style”, esto es, aderezada con menta y especias y acompañada con un baba ganoush merecedor de un “spin-off”.

Un delicado y sabrosísimo cuscús de cuscús (de sémola de trigo) y de coliflor, aderezado con cebolla (confitada y encurtida), piñones garrapiñados, comino, fideos de maíz verde y cilantro –lo único que desafinaba de la composición, pues su intensidad gustativa no era acorde a la del resto de componentes del plato-.

Un magnífico céleri (apio-nabo) escalibado, servido en filetes y aderezado con salsa menier –sus notas grasas y cítricas le iban como anillo al dedo a los matices tostados y húmedos del céleri- y dátiles. Puestos a poner un pero, algo más de dátiles, ergo, algo más de dulce haría de este plato la joya de la corona del vegetarianismo –hasta yo, un acérrimo carnívoro, llegaría a abrazar este credo que, por desgracia, como tantos otros, muchos asumen como dogma-.

Un cerdo Tandoori -¡Qué mano tienes Xavi con las especias!- acompañado con mini-verduritas (chirivía, chalota, espinacas, nabo, zanahoria…) salteadas –a cuál mejor- y un excelente jugo del propio cerdo que, no obstante, se erigió como el momento valle del almuerzo por obra y desgracia de una salamandra –o del cocinero que de ella debía estar al tanto- que secó la pobre costilla de cerdo.

Una irregular Granny Smith con toffee especiado y helado de vainilla. Mal por el toffee, pues no era tal –el azúcar blanco será el demonio, pero para hacer un buen toffee el azúcar moreno no es el mejor aliado-, correcto por el helado de vainilla –bueno de sabor, pero de mejorable textura-, bien por la manzana –aunque servida demasiado fría- y muy, pero que muy bien por un juego de especias (clavo, cardamomo, pimienta, anís, canela…) que hacía mucho más que salvar los muebles.

Una perfecta –con la primera que disfruté en Mugaritz allá por el año 2000 o la que descubrí en 2009 en el malogrado Dopo, de las mejores que he comido- torrija de brioche empapada en leche de coco y arroz. Lo peor del plato, un helado, de nuevo, sabrosísimo, pero parcialmente cristalizado.

Y de un café expreso “comme il faut” –haberlos haylos, pero son casi más difíciles de encontrar que las meigas-. No os alarméis, el café lo tomo solo, pero ese azúcar moreno tan poco propicio para un toffee es toda una delicia para ser comido a cucharadas.

En definitiva, un restaurante que gustará o enamorará -a quién le disguste que se lo haga mirar-, y que solo haría lo segundo si Xavi no quisiese ganar a Nadal jugando con una mano atada en la espalada –¡Un poco más de proteína, por favor!-.

Bodega: Del interesantísimo medio centenar de referencias (la mayoría de ellas naturales), me quedé con lo bueno, bonito y barato –algo más podría serlo- de La Fanfarria 2013 (Albarín Tinto y Mencía); Dominio del Urogallo; Vino de mesa asturiano.

Precio: 45€. (Precio medio 35€-50€). Uno puede comer mucho más barato, pero solo con la firma de Xavi, y no de su mano, en el acogedor Woki que se aloja sobre el restaurante Céleri. Woki en el que –y esto sí que resulta de lo más recomendable- pueden comprarse los magníficos panes de Raiguer –junto con los de Xevi Ramon (Triticum), y Baluard, los mejores de la ciudad y parte del extranjero-.

En pocas palabras: Así, sí, Xavi.

Indicado: Para confirmar que el sabor no es patrimonio exclusivo de qué, sino que éste está también en el cómo y en el quién.

Contraindicado: Para el hombre de Atapuerca o la mujer del zumo de césped –o viceversa-, pues no se hizo la miel para mentes y paladares tan borricos.

Passatge Marimon 5, Barcelona.
932 529 594

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