jueves, 16 de abril de 2015

Les Moles

Es, en términos galácticos –y no me refiero a la política de fichajes de Florentino Pérez sino al igualmente discutible criterio de los Inspectores de la Michelín-, el restaurante Les Moles…

¿Recomendable (1*)?
¿Merecedor de un desvío (2*)?
¿Justificativo de un viaje (3*)?


Depende, y… ¿De qué depende?

Pues, y como seguiría cantando Pau Donés: “(…) de según como se mire”, pero también de según quién lo mire y, por supuesto, del contexto, entendido éste como el entorno del restaurante.

Con la mirada “buenista” de alguien con no demasiado bagaje gastronómico y con más ganas de viajar que Willy Fog, con un triple sí daríamos respuesta a las tres preguntas. Y no hace falta ser Amy Winehouse para responder a ellas “No, no, no”, solo alguien provisto de un paladar tan exigente y ducho como implacable, y cuyas máximas al tiempo de elegir restaurante sean “los experimentos con gaseosa” y “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

Pero como casi nada en la vida es blanco o negro, entiendo que la mayoría nos distribuiríamos entre el “Sí, sí y no”, y el “Sí, no, no”. Yo soy de los primeros, aunque debo confesar que el segundo sí responde más a un entorno desprovisto de una sana y sabrosa competencia –como sucede con tantas comarcas catalanas, el interés turístico del Montsià es tan alto como su irrelevancia gastronómica- que a los méritos de su cocina. Afirmación, no obstante, que no os debería llevar al equívoco de entender el restaurante Les Moles como “el tuerto en el país de los ciegos”, pues es algo, o mucho más.

Entonces, ¿Merece el restaurante Les Moles la estrella que luce? ¿Le va grande? ¿Podría aspirar a una segunda o a una tercera?

Siempre a mi entender, la primera, aunque con merecimiento, la luce más, como alguno de nuestros escaños y por culpa de una “putineada” Ley D’Hond, por criterios de territorialidad que de proporcionalidad, pues el restaurante Les Moles en absoluto está el nivel de restaurantes como Dos Cielos o Can Bosch. Respecto la segunda o la tercera decir que éstas le quedan más lejos que a BOX un concejal por el barrio de Gracia.

Pero, y con base en los siguientes hechos –por supuesto, impregnados de mí-, juzgadlo por vosotros mismos.

Muchas son las posibilidades que permite el restaurante Les Moles de disfrutar de la cocina de Jeroni (chef y propietario). Entre ellas, dos degustaciones (64€ y 72€), dos menús mediodía (19€ y 30€) y la opción à la carte (precio medio 50€-70€). Me decanté por la última, pues traía hechos los deberes y no me apetecían nada tres horas de un "Play food" que, tras cotillear, más o menos discretamente, las mesas vecinas, calificaría de ñoño –en las tres acepciones de la palabra-.

Ya con la carta como marco para mi almuerzo, me tiré más a sus clásicos que a sus creaciones más recientes –se agradece que se indique al lado de la mayoría de los platos el año de su creación- y, visto lo visto, debo afirmar que, en el restaurante Les Moles cualquier tiempo pasado fue mejor, pues los platos probados de la primera década del siglo XXI estaban uno o dos escalones, gustativa y conceptualmente, por encima de los paridos durante este último lustro.

Así, y en una sala tan cálida y acogedora como de frío, aunque de lo más profesional, servicio (servicio, como la bodega, comandado por Carmen, la mujer de Jeroni), hace unos días pude disfrutar de:

Un trío de aperitivos de la casa que ya ilustran a la perfección lo dicho sobre si el restaurante Les Moles evoluciona o involuciona, madura o simplemente envejece.

Excelentes los dos clásicos:

Su interpretación del pan con aceite y sal (una esponja de pan con aceite y sal entre dos finas rebanadas de pan).

Y una gelée de vermut de Ulldecona con aire de mejillones y helado de aceitunas. Sin duda, el aceite y las aceitunas son elementos fetiche de la cocina de Jeroni -¡Y qué mano tiene con ellos!-.

Y una insulsa expresión de "Play food" el Petit Suisse de remolacha (falto de algún elemento gustativo que, ya fuese por contraste o afinidad, hiciese el bocado algo más complejo).

Un más extenso que excelso –el pequeño formato no ayuda- servicio de pan (nueces, sobrasada, aceite, sal, pasas y chapata), acompañado por, ahora sí, un excelso aceite elaborado con variedades autóctonas del Montsià (Morrut, Farga y Sevillenca).

Una notable composición de ventresca de atún D.O. Balfegó, esponja de pan con tomate, helado de vino, olivada de aceitunas milenarias, brotes verdes y esferas de pimiento. Y solo se quedó en notable, a pesar de lo complejo a la par que equilibrado de la composición, de la excelente ejecución técnica de la esponja y del helado, y del magnífico sabor de la olivada –de las mejores que he probado-, por culpa de una ventresca que lo era por los pelos y, además, se presentaba con un corte más que discutible.

Un excelente “all i pebre” de anguila del Delta (anguila cocinada a baja temperatura y posteriormente marcada a la plancha para obtener una piel crujiente y acompañada de parmentier de patata, ajo y pimentón). Uno de los platos con más solera del restaurante Les Moles que, a la postre, fue lo mejor del ágape.

Una interesante “cabra ibérica con pinturas rupestres”. Sin duda, lo mejor del plato era la utilización de esta pieza de caza (cocinada a baja temperatura), propia de la zona, toda una "rara avis" en nuestra restauración y de sabor delicado a la par que profundo. Lo peor, la forma de presentarla (en forma de una terrina que, por el exceso de picado, más parecía una rillette), y los barrocos –más que rupestres- y dulzones trazos de regaliz, lácteos y fresas que la decoraban –o afeaban-.

Una facilona versión del arroz con leche, materializada en una sopa de arroz con leche, para más inri, en exceso alimonada, acompañada con un buen helado de canela.

Su última creación en el capítulo dulce, en forma de un paisaje de su vino. Helado de vino, avellanas, caco, cereza, eucalipto… para otra obra bella, sí, pero de sabores poco integrados y, lo que es más grave dado los productos utilizados, plana, desprovista de cualquier profundidad gustativa.

Ya en el acogedor porche del restaurante, disfruté de una buena infusión de hinojo de su jardín y jugué –aunque siempre se ha dicho que con la comida no se juega, con estos petit fours era lo mejor que uno podía hacer- con su versión del tres en raya (dos Conguitos con colorantes y una trufa de manteca de cacao –la única con más valor que el meramente lúdico-).

En definitiva, el restaurante Les Moles, por la valiente cocina autóctona y de proximidad que practica, bien merece una visita, eso sí, si uno está por la zona, pues mucho más discutible sería tener que hacer las maletas por él.

Bodega: A pesar de la interesantísima carta de vinos, y por recomendación de Carmen, me dejé llevar, y acerté, hacia la excelente relación calidad-satisfacción-precio de su genuino –pues la bodega Altavins lo elabora exprofeso para ellos- vino de la casa. Les Moles Negre Criança 2012 (Garnacha y Syrah).

Precio: 60€.

En pocas palabras: Un ensayo sobre lo nuevo y lo viejo.

Indicado: Para que nuestro paladar rinda y se dé un homenaje a costa de ese producto tan nuestro y protagonista de algunos de los versos más célebres y celebrados de Miguel Hernández.

Contraindicado: Para los que con las cosas del comer no juegan.

Ctra. La Sénia Km. 2, Ulldecona (Tarragona)
977 573 224

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