martes, 31 de julio de 2012

Neri Restaurant

Barcelona es una de las ciudades más bellas y encantadoras del mundo y, en parte, ello se debe a su gótico: un barrio que, día a día, se sabe más bello.

En mi liturgia sabatina o dominical nunca falta un paseo, por breve que en ocasiones llegue a ser, por la Barceloneta o por el casco antiguo, y, de ser este segundo el triunfador del fin de semana, las penosas secuelas de nuestra guerra civil que en las losas de la iglesia de Sant Felip Neri están grabadas suponen siempre un alto en mi pasear.

Y así fue como descubrí el Hotel Neri y, tras unos cuantos paseos más, su restaurante.

Restaurante cuya visita se hizo de rogar, pues, infundadamente -¡Dichosos apriorismos!-, creía que, de sentarme en una de sus mesas, podría llegar a sentirme como un turista en mi propia casa, en mi ciudad de acogida -¡Qué horror!-.

Afortunadamente, la recién concedida distinción como Relais Chateaux, así como unas cuantas lecturas de su interesantísima carta aprovechando mis caminatas de fin de semana, me ayudaron a despojarme de mis prejuicios y, el pasado domingo, pude disfrutar de la cocina del restaurante Neri.

Propuesta gastronómica del Neri que, desde hace cuatro años, responde a los dictámenes, obedece a Benito Iranzo: un atípico chef hecho a sí mismo en la casa de comidas de la familia, en la que, por 600 pesetas –sí, por increíble que parezca, al cambio no son ni 4 euros- uno disfrutaba de un menú con bebidas y café incluidos, y que adquirió la experiencia, el lustre o la pátina necesarias para llevar las riendas de un corcel como el restaurante Neri en las cocinas de los restaurantes Arola Arts o Neichel, donde fue jefe de cocina tres años.
Cocina del restaurante Neri en la que se advierten muchas influencias de los Adrià o de los Roca, pero que, cuando más brilla es al optar por alejarse de las fruslerías –no creo que sea terreno abonado para Benito Iranzo- y discurrir por creaciones sencillas pero estudiadas y de sabores profundos.

Y así, y acompañado en mi almuerzo por una sala repleta de comensales barceloneses -¡Quién me lo iba a decir!-, el pasado domingo, por fin, descubrí que se cuece en el restaurante Neri. Adelanto acontecimientos: un restaurante de luces y sombras, tanto en la sala como en la cocina, pero que, sin duda, merece una visita.

En este sentido, tres son las opciones a través de las que, seguro, descubrir y, buena puntería mediante, disfrutar de la cocina del restaurante Neri: su menú mediodía (36 €) que, a tenor de lo visto en la mesa de mis vecinos, por simplón, se hubiese reputado como una pésima elección; su menú degustación (60 €); y su carta (precio medio 50 €), por la que, a la postre, me decanté.

Almuerzo a la carta en el que degusté:

Un muy, pero que muy flojo cuarteto de aperitivos compuesto por: un “bloody sherry” (el cambio del vodka por el oloroso desnaturalizaba por completo el más famoso reconstituyente post noches locas), un pobre cono de cortezas y snacks, un correcto, y de algo ajada presentación, cremoso de butifarra negra, salvando, y de qué manera, los muebles, un buen aceite de arbequina de Tarragona acompañado por una magnífica sal negra del norte de la India, gentileza de Brinder –el chico para todo de la cocina del restaurante Neri, y oriundo de esos lares-.
Un muy buen servicio de panes del horno Sola (tomillo, aceitunas, cereales y de payés).
Unos buenos pimientos del Padrón con huevas de salmón.
Un tártar de txangurro con coco y un imperceptible mango, y acompañado por una hoja de ostra y una curiosísima, dada su textura, seta nipona de cuyo nombre no consigo acordarme. Un plato que, a pesar de su buena presencia, adolecía de falta tanto de intensidad gustativa del tártar como de coherencia sápida entre sus componentes.
Unas texturas de tomate (helado, esponja, tierra ahumada, esferificación, y de Guernica y pasa al natural) con ventresca de bonito que, a pesar de erigirse como un plato técnicamente impecable, gustativamente era algo plano.
Un buen salteado de setas con soja y sésamo, servido sobre una en exceso protagonista cama de tierra de frutos secos y cacao.
Un excelente mar y montaña de cigalas, albóndigas de pollo de payés, mejillones, vieiras, pulpitos y verduras (cebollas baby, guisantes y patatas).
Un magnífico -sin duda, lo mejor del ágape- rape (perfecto tanto el producto como su punto de cocción) acompañado por papada de cerdo cocinada a baja temperatura 72 horas y un crujiente y un cremoso de arroz –acertadísimas las notas lácteas y de almidón con las que el cremoso matizaba tanto el rape como la papada-.
Un muy buen bizcocho mascabado con helado de manzana asada, crema de cacahuete y sopa de cacao.
Y unos buenos “petis”: golosina cítrica, nube de limón, crujiente de anís, madeleine mascabada, trufa de chocolate blanco y merengue de fresa.
En definitiva, un restaurante de hotel –afortunadamente esta apostilla cada vez tiene menos connotaciones negativas- que, por la suma de su emplazamiento y su propuesta gastronómica, merece ser descubierto y en el que la satisfacción del comensal, por desgracia, depende algo, o mucho de su puntería.

Bodega: Interesante, aunque algo cara –¡Dichosas distinciones!- carta de vinos e impropia de un Relais Chateux cristalería. La Llopetera 2009 (Pinot Noir). Bodega Escoda Sanahuja. DO Conca de Barberà.
Precio: 70 €

En pocas palabras: Cocina con encanto.

Indicado: Para comprobar tanto que en Barcelona uno puede seguir disfrutando de gratas sorpresas como que el ruido mediático nada tiene que ver con la valía gastronómica de un restaurante.

Contraindicado: Para los que nunca han cantado un Black Jack o, en otras palabras, para los que el azar les suele ser esquivo.

Hotel Neri, Sant Sever 5, Barcelona.
933 040 655

PD: El hotel Neri cuenta con la, tal vez, más bucólica azotea de nuestra ciudad, además de una terraza en la misma plaza Sant Felip Neri. El dilema para elegir dónde disfrutar del café o de la copa post comida está servido.

viernes, 27 de julio de 2012

Topik (II)

No muchos de los restaurantes publicados en este blog han gozado -o padecido- de bises, pero, sin duda, si uno merece no hacer oídos sordos al grito, más propio de un concierto que de una página de opinión gastronómica, de “¡Otra, otra!”, éste es el restaurante Topik.
Segunda crónica sobre esta pequeña gran casa de comidas del ensanche barcelonés que trae causa en tres argumentos de bien distinta índole.

El primero de ellos no es otro que el de celebrar que apellidos –en sentido literal, pero también como metáfora de su currículum- como Morales (Adelf Morales es el cocinero y copropietario del restaurante Topik) pueden también conquistar oriente. Y así, en septiembre, uno de los sueños de Adelf, con el asesoramiento gastronómico del Pub Cardinal de Tokio (zona de Akasaka), verá la luz del sol naciente.
Con el segundo, no pretendo otra cosa que hacer un ejercicio de proselitismo de mi tierra –a la que tanto atizo, pero a la que todavía quiero más-, pues una de las claves del éxito del restaurante Topik, y que hace buena la expresión “detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer”, es la labor de mi paisana Eva Melé –por cierto, me cuenta Eva que entre sus sueños está abrir un restaurante en Lleida, así que, crucemos los dedos para que corran la misma suerte que los de su marido (Adelf)-.
Y el tercero no es otro que el de rendir un merecido tributo a uno de los restaurantes de Barcelona que lleva a cotas más altas a las tan esquivas tres bes. Y así es, pues, si un restaurante de nuestra ciudad merece blandir con orgullo en el campo de batalla gastronómico el pendón de lo “bueno, bonito y barato” éste es el restaurante Topik. Y aunque su menú mediodía (12 €) es quien mejor capitaliza la triple “B”, a sus dos menús degustación (30 € y 42 €) tal definición les va igualmente como anillo al dedo. Y prueba de ello es la cena que hace una semana me regalé en esta casa de comidas de la calle Valencia de Barcelona.

Cena a la que dieron forma:

Un buen aceite del Priorat: Cavaloca (Rojal y Arbequina); y la mejor versión del pan de la franquicia “El Fornet d’en Rossend”.
Una notable mozzarella de Brescia acompañada por unos muy buenos higos y una excelente anguila ahumada del Delta.
Un muy buen dúo de “sachimis”: de lecha australiana a la donostiarra –puro “umami” vasco- y de contra-aleta de atún DO Balfegó con soja y sésamo, y que ilustraban a la perfección tanto la cocina fusión española-asiática que practica, que domina, Adelf, como que productos humildes pueden engendrar platos de auténtico lujo.
Una notable ostra Super King a la brasa con salsa Ponzu (soja, dashi, yuzu y azúcar), cuyo único pero cabría identificar en un exceso cítrico de la salsa Ponzu que empañaba algo el sabor de la ostra.
Una buena gamba de Huelva cocinada sobre una “pizarra” de sal rosa del Himalaya.
Una solo correcta, principalmente, por culpa de su excesivo punto de cocción, “Topik Burguer” (ternera con setas, chipirones y okonomiyaki) servida en un excelente pan de chipirones del Forn de la Trinitat.
Un excesivamente caldoso –para mi gusto- y falto de la intensidad que un buen sofrito o una buena marca le confieren, arroz (carneroli) de chipirones, cordero, tomate y trompetas de la muerte.
Y un muy meritorio tiramisú neo-clásico: capas de biscote empapado en café y grapa -donde esté el Amareto, con sus matices dulces y amargos, que se quite cualquier otro espirituoso, y crema de mascarpone -¡Excelente!- y todo ello “nevado” con café soluble –un servidor prefiere, tanto por su sabor como por su textura, mucho más amable, el cacao-.
En definitiva, la más fina bisutería gastronómica de Barcelona.

Bodega: Almirez 2008 (Tinta de Toro). Bodegas Teso La Monja. DO Toro.
Precio: 45 €

En pocas palabras: BBB

Indicado: Para disfrutar de una cocina con mucha cabeza pero todavía más corazón.

Contraindicado: Para lo “malos” del anuncio del Dacia Duster, o, en cristiano, para los que creen que los ceros de la factura son el mejor indicador de la calidad de una experiencia, de un producto.
Valencia 199, Barcelona.
93 451 09 23

viernes, 20 de julio de 2012

Black

Dos a dos.

Sin duda, un futbolero como un servidor ya tiene mono de que los Barça-Madrid vuelvan a copar las portadas de los periódicos o las cabeceras de los telenoticias. No obstante, el resultado recién apuntado no es mi porra para el partido de ida de la Supercopa de España, sino que en él debéis encontrar el -bueno, mi- marcador de los restaurantes que el prolífico Paco Pérez regenta, asesora o da pátina con su más que meritorio currículum en Barcelona.

Y así, en el haber de Paco identificaría a los restaurantes Enoteca y La Royale y en el debe The Mirror y la casa de comidas clandestina que hoy nos ocupa (Black).

A pesar de que el restaurante Black más que una casa de comidas es un cuarto oscuro, aunque de acertadísimo interiorismo (firmado, como La Royale, por el estudio Azul Tierra), de comidas, no todo son sombras en este recién llegado (postrimerías de mayo) a la escena gastronómica barcelonesa.
Que el acceso al restaurante Black sea a través del baño de La Royale no es el mejor preludio a una velada gastronómica –aunque, seguro, habrá quien lo encuentre “superguay”-.

Como tampoco es un sumando que a las excelentes cristalería –rivalizando con la del restaurante Caelis para erigirse como la mejor de la ciudad- y vajilla les reste tantos enteros el que las servilletas sean de papel -¿Brillante idea de…?-.

Ni contribuirá a su éxito –es mucho suponer que acabe gozando de él- que su factura media, a pesar de que críticos con mucho más lustre la rebajasen–no sé cómo- notablemente en sus artículos sobre el restaurante Black, tenga tres dígitos.
En cambio, entre sus activos deben identificarse la plasticidad, el encanto de su cocina a la vista –sin duda, quedarse con una de las mesas más próximas a la barra de pase se reputa como la más acertada decisión- o una propuesta gastronómica que discurre entre los tártars, los caviares (iraníes y del Valle de Arán), los ceviches, los ahumados, los tiraditos, las hamburguesas… y de la que, hace no todavía dos semanas, me quedé con:

Un magnífico, por su profundidad a la par que delicadez de sabor, tártar de ostras (Gillardeau) y caviar (Riofrío), aderezado con un sutil toque de lima. Genuina cocina DO Paco Pérez, a la que, puestos a buscarle un pero, éste radicaría en la cubertería elegida para su degustación: una metálicamente fría cuchara de acero –con la calidez y nula contaminación de sabor que aporta el nácar-. (34 €)
Un tiradito, o sashimi, de salmón salvaje de Alaska –muchos caerán rendidos a su sutilidad de sabor y otros tantos la percibirán como excesiva tenuidad- matizado con una excelente salsa ponzu y naranja sanguina. (19 €)
Un notable y valiente ceviche de langostinos (excelente producto) con leche de coco, lima, cilantro –desafortunadamente, de presencia casi anecdótica-, cebolla roja y aceite de vainilla. (19 €)
Una muy buena, aunque me quedo con la de bisonte o vaca vieja de La Royale, “Blackburg Versión 1.0”, o, en cristiano, una hamburguesa de ciervo con moras, reducción de vino de Oporto, crema de queso a las hierbas y servida en un excelente pan negro. (23 €)
Y una más que meritoria versión de la tarta Sacher: cremoso, bizcocho exprés y semifrío de chocolate y otras tantas texturas de frambuesa (culís, “lío” y al natural). (10 €)
En definitiva, un restaurante excelente si uno obvia la factura final, pero de cuestionable valor al ponerla en relación con lo degustado.

Bodega: Ayala Brut Majeur (Pinot Noir y Chardonnay), Bodega Ayala, DO Champagne (48 €); y Vodka-tónic de Blavod + tónica Thomas Henry + moras (15 €).
Precio: 110 €

En pocas palabras: Caviar, tártars, ceviches, hamburguesas... a precio de caviar.

Indicado: Para primeras citas o para los que, a pesar de la que está cayendo, pueden permitirse el lujo –o la temeridad- de no mirar las facturas.

Contraindicado: Para los que la clandestinidad, la firma de un chef estrellado o el ver y ser vistos no son un reclamo sino un pesado lastre.
Plaza del Camp 5-6, Barcelona
932 547 393 o 691 403 599

martes, 17 de julio de 2012

Can Bosch (“on fire”)

Tras cuatro cónicas sobre uno de mis restaurants favoritos, sobre una de las casas de comidas imprescindibles de nuestro país, sobre la mejor propuesta gastronómica entre Barcelona y Valencia..., en definitiva, sobre Can Bosch, tal vez algunos creáis que bien poco me puede quedar por escribir sobre este restaurante de Cambrils. Nada más lejos de la realidad.

Y así, y practicando un ejercicio de contención literaria, mucho más próximo a la máxima que el gran poeta catalán Martí i Pol dejó para la eternidad “lo esencial se dice con sencillez” que a los alardes de verborrea que suelen caracterizar mis escritos, en cuatro –no seáis, por favor, demasiado estrictos contándolas- líneas os ofreceré la Polaroid del restaurante Can Bosch a julio de 2012.

Can Bosch era, es y, a tenor de lo hace unos días pude comprobar, por un buen tiempo seguirá siendo el máximo exponente de la alta gastronomía del litoral tarraconense.

Can Bosch son Joan (propietario y jefe de cocina), Montserrat (copropietaria y jefa de sala) y Manel (uno de los mejores sumilleres al este y al oeste del Misisipí), pero también Peter (segundo de abordo en la cocina de Joan y padre de muchas de sus magníficas creaciones) y Albert (responsable de la partida de postres) –sin duda, el relevo generacional que un restaurante como Can Bosch merece-.
Can Bosch es una de las más bellas y confortables salas en las que uno puede perder la noción del tiempo del litoral catalán, injustamente por muchos denostada por estar unas cuantas calles alejada de primera línea de mar.
Can Bosch es, sobre el papel, una Estrella Michelin, pero dos sobre la mesa.

Can Bosch, en mi última visita fueron:

Un notable servicio de panes de elaboración propia (cereales, blanco, cebolla y aceitunas), aceites (arbequina de La Canonja y arbequina, rojal y negret del Montsant) y sales (del mar de Maldon y del Himalaya).
El valor seguro de un Izaguirre Reserva, todavía mejor secundado por los snacks de Can Bosch (crujientes de especias, parmesano, pimiento, y arroz y cebolla).
Un trío de aperitivos compuesto por un buen Bloody Mary con espuma de apio y berberechos, un mejor carpaccio de pulpo, patata, pimentón y espuma de alioli y un correcto, y más propio de un Tapas 24 que de Can Bosch, bikini de mozzarela y trufa, como antesala del mejor menú degustación del que recuerdo haber disfrutado en esta casa de comidas de autor de Cambrils.
Menú al que dieron forma:

Un buen tártar de vieiras acompañado por texturas de tomate: esférico de tomate verde y carpaccio y emulsión de cor de bou -brutal ésta última-, albahaca y huevo duro.
Un alarde de profundidad e intensidad de sabor protagonizado por un dúo de solistas –a la vez, el vicio y la virtud del plato-: tártar de bonito y ostras Gillardeau acompañado por una esponja de remolacha; y anguila ahumada con parmetier de patata al cebollino y caviar de aceite. A pesar de estar en pleno verano, a mitad del plato me descubrí tarareando “Fum, fum, fum…”.
El mejor mar y montaña que he comido en mucho tiempo: almejas con crema de tupinambo, ragú de verduras, manitas de cerdo, soja liofilizada y PX.
El segundo mejor mar y montaña que he comido en mucho tiempo: espardeñas con tomate (coca de tomate con orégano, confitado y sus esferificaciones) y puré de berenjenas.
Un notable mar y montaña -a buen entendedor, pocas palabras bastan-: sepia de Cambrils con setas (salteadas y su cremoso), panceta ibérica cocinada a baja temperatura y crujiente de manitas de cerdo.
Un excelente risotto de tomate raf, cigalas, setas, emulsión de aceite de oliva y alga nori.
Un San Pedro acompañado por un cremoso de pimiento verde y un salteado de vegetales (patata, cebolla, setas…) que, a pesar de lo excelso de la pieza de pescado, se erigió como lo menos lucido del ágape.
Una buena, sin más, versión del reinventado hasta la saciedad Mojito: esférico de ron y menta, crema de ron y sorbete de menta.
Una excelente sandía caramelizada acompañada con frutos rojos liofilizados y María Luisa (bizcocho exprés y su granizado).
Un muy veraniego postre de chocolate: bizcocho de chocolate con helado de albaricoque y horchata (emulsión y sopa).
Y los siempre afinados “Petis” de Can Bosch: macarron de limón, coca de San Juan, Ópera y frambuesa rellena de crema de vainilla.
En definitiva, el restaurante Can Bosch, de la mano de Joan, Monserrat, Manel, Peter, Albert y el resto de su magnífico equipo, tanto de cocina como de sala, está viviendo una segunda juventud, su edad de oro, así que, creedme, no perdáis la ocasión de disfrutar de uno de los mejores restaurantes de nuestro país.

Bodega: Copa de “Un be ros amb potes negres 2010” (garnachas blanca y negra), Bodega 10 Sentits, DO Catalunya; “Victorino 2009” (Tinta de Toro), Bodega Teso la Monja, DO Toro; y degustación de Brandies –sí, me hago mayor- Fernando de Castilla y Ximenez Espínola.
Precio: 90 €

En pocas palabras: Mucho más que el mejor restaurante de la Costa Dorada.

Indicado: Para que los que creen que fuera de Barcelona no hay vida, gastronómicamente hablando, inteligente, reparen en su error.

Contraindicado: Para los que, llegado el buen tiempo, se quedan con la rima fácil: “en veranito, chiringuito”-eso de dar vacaciones también a las papilas gustativas no sé si es un buen negocio-.
Rambla Jaume I 19, Cambrils (Tarragona)
977 36 00 19